lunes, 15 de junio de 2015

Sobre la arrogancia infantil y la paternidad oportuna. La bendición de los alimentos como verbigracia.

“La misma persona no puede ocupar todos los roles al mismo tiempo. Si un padre no renuncia a su posición de niño y especialmente de niño que quiere ser omnipotente, su hijo corre el riesgo de convertirse en un hijo juguete”
 Javier del Arco. 



Tal vez no haya algo tan preocupante en la actualidad como saber lo expuesto que están jóvenes y niños a problemas que solo podíamos imaginar que ocurrieran a los adultos.
¿Se me acusaría si afirmo que la participación de estos en problemas mayores se debe a la ilusión de autonomía por causa de un egocentrismo alentado por los padres? ¿Y que el olvido de las prácticas religiosas no ha hecho otra cosa que dejar a nuestros niños vulnerables a nuestra suspicacia comunitaria? ¿Es descabellado pensar que a estas alturas aquel legado humanitario que alguna vez habíamos de heredar a los niños, por sostener una dignidad inmerecida, se ha colapsado en una forma hiriente de arrogancia?

Comenzaremos reconociendo que toda soberbia adolescente es una expresión, como su raíz lo indica, de quien adolece de criterio. Esto aplica con mayor razón de quien adolece de conciencia moral (1).  Sus actos entonces más bien son respuesta de una formación que promovió, o dejó de promover, ciertas costumbres en casa. Resulta entonces inevitable no comenzar por aquel hábito educativo que lamentablemente, a nuestro parecer, hace de los niños "personas sobradas" o  "pagadas de si". Como posible causa queremos destacar la desafortunada recompensa que el padre soltero recibe a pesar de su importunio (2). Antes, en vez de ser advertido de la hondura de su responsabilidad, más bien pareciera promovido a "jefe de familia". De ahí que sea más probable que todo criterio propuesto por esta "autoridad" suponga, sin más, de ciertos privilegios (3).

En contraste, como cierre del artículo, reconoceremos ciertos hábitos que ayudarían a promover pautas llenas de agradecimiento y humildad, como la bendición de los alimentos (4).

1.- El niño y sus pretensiones omnipotentes.

No debería sorprendernos saber que el entendimiento del niño parte de una idea centrada en su ego. Basta recordar cómo éste es capaz de recurrir a la trampa o la mentira con tal de ganar la razón. De ahí en más, su entendimiento emergerá si logra distanciarse de su narcisismo.
De hecho, para pedagogos como Piaget, la posición de ser el "centro del mundo" es una exigencia que luego ayudará a dar sentido a toda cosa que no sea él mismo. Pero hasta que no enfrente sus pretensiones egocentristas no será posible para él un desarrollo "deseable".

Sin embargo el hecho de que el niño habite una sensación de omnipotencia es un beneficio que solo puede permitirse a trueque de ser dependiente de sus padres. A modo de contraparte, saberse dependiente implica una vulnerabilidad que precisa de la intervención de estos, es decir; es el arraigo de sus necesidades lo que en este escenario haría evidente su incompletud. Es justo aquí en dónde se vuelve pertinente la buena o mala intervención de los padres. Misma que al final de cuentas va aportar los términos con los que el niño se entenderá en su entorno.

2. Los padres como acceso al mundo.

En el mejor de los casos, los padres son por excelencia el acceso que los hijos tienen a lo más rico del mundo.  Así en la mediación de lo que tiene sentido en su entorno, estos inspirarán cuán lejos el niño pueda llegar. La habilidad del padre consistiría, pues, en ayudarle a entender cómo las cosas cobran sentido en la medida que su espíritu se mantenga abierto en el mundo.

Sin embargo, muchos padres se ven ante la lamentable situación de tener que asimilar la paternidad de manera improvisada. Y que en todo caso, aceptarían la idea si encuentran cierto acomodo conveniente.

Para quien suele sostener su autoestima en la dominación de cierto ámbito, tal vez no haya algo tan gratificante como la oportunidad de ponerle su nombre algún proyecto. Y dado que, para infortunio de muchos, esto resulta irrealizable, el saberse jefe de familia se vuelve una oportunidad dorada para sentirse reconocido por un proyecto en el que – en y con su nombre- se hará realidad su visión de las cosas. Nadie como Fredy Kofman en La empresa consciente para citar las limitaciones y problemáticas que representan estas visiones en toda empresa común.  El padre ve en su hijo una oportunidad de hacer sobrevivir su conclusas  -o inconclusas-  pretensiones de “ir más allá” y no precisamente de procurar cual fuera el modo personal de abrirse al mundo. De no advertir este riesgo el niño será un depositario de la inseguridad del padre en forma de arrogancia.

3.- Caldo de cultivo para la arrogancia.

Sin embargo, esta pretensión de realizarse en un proyecto sería imposible  sin  una  coimplicación  que  hiciera  partícipe  al niño rente a las pretensiones básicas del padre. En este caso, lo atractivo que resulta responder al nombramiento de "heredero soberano" sería lo que haga entrar al niño en esta dinámica (sobre todo por aquel antecedente que antes mostrábamos en que el niño surge de posturas megalómanas). Así, en estos términos, viene bien la idea de ser con cariño bien reconocido y mejor la de como héroe ser identificado.

Estas condiciones resultan ser las más propicias para un tipo de dinámica, de acuerdo a un concepto de moda, al que toda familia, aparentemente tiene derecho: la complicidad. Y si bien es cierto que estas condiciones instalan a los miembros de la familia en relaciones muy propias, privadas y cerradas, su ilusión de suficiencia, dignidad y exclusividad, (atrás mencionados) preparan a sus miembros a desentenderse de la apertura que otorga la participación, colaboración y humildad.

En lo concerniente, nuestra labor estará dirigida a ofrecer estrategias no solo para luchar contra el narcicismo dentro de la familia, sino para hacer emerger el espíritu más participativo de sus miembros. Por lo pronto, haremos mención de lo pertinente que resulta una costumbre que, en medio de la nutrición más incondicional, pone en manifiesto la relevancia que debemos hacía lo más trascendental.

4.- La oración en los alimentos como verbigracia.

Pero si el gran error a la hora de formar a los hijos guarda relación con la ilusión de un supuesto que dignifica el modo exclusivo de educar, "son mis hijos y nadie me dice cómo educarlos", nuestra propuesta no niega la influencia primordial de los padres, ni está dirigida a negar el apego ni la filiación propia de padres y madres. Al contrario. La nuestra está a favor de aquellas dinámicas que hacen presente lo perfectible de la educación, lo falible de los mentores y la humildad con que se puede llegar a reconocer uno en el mundo. Estamos a favor de reconocernos en el corazón de a cultura que puede llevar a una interiorización creciente en el espíritu y una apertura constante hacia el prójimo. Es decir una educación dichosa. Una educación en Dios.

Si es cierto que resultan indispensables los hábitos que puedan promover la renuncia a la omnipotencia, estos deberán entonces reconocernos en el esfuerzo comunitario. Resulta inevitable traer a colación un hábito, que parece haberse convertido más en una costumbre que en un acto consiente; la bendición de los alimentos. La bendición a la hora de los alimentos parece ser el lugar en que convergen la nutrición, la humildad, la conciencia social y Dios.


La oración, antes de los alimentos no parece ser exclusiva de alguna religión e incluso puede variar en la forma en que se realiza. Unas enfatizan el agradecimiento a Dios por los alimentos, otras, en pedir que sus alimentos sean bendecidos. Lo importante es que su práctica dilata en el niño, en el padre u otro miembro, cualquier pretensión de soberbia atribuyéndolo siempre a algo más.
En este antes de iniciar, se reconoce en la oración el esfuerzo de figuras dignas de bendecir como las manos de mamá. “Dios bendice las manos que hicieron este alimento”.  Así como oraciones que van incorporando a aquellos involucrados en el esfuerzo de traer la comida a la mesa, como es el caso de la comunidad, la naturaleza o Dios. “Te pedimos por aquellos que nos dieron techo, aquellos que se esfuerzan día con día por darnos un hogar”. También la dilatación de este acto con oración puede hacer consiente de los pobres o desprotegidos. “Te rogamos por aquellos que no tienen alimento”, “Señor dale comida a quien tiene hambre, y hambre de Dios a quien tiene comida”.
De este modo, la apertura que genera la oración se vuelve, entonces, el escenario primordial donde puedan iluminarse las contribuciones, por pocas que sean, de los pequeños hijos. “Y queremos pedirte, Dios, por Jaimito que ha demostrado ayudar a la casa con un interés creciente en mantener el orden”.
Es por la importancia que tendría en la formación de los niños, que creo que se vuelve fundamental implicar a Dios en nuestros hábitos, al menos si queremos que los niños siempre tengan hambre de Dios y no sean un premio de consolación de una paternidad circunstancial.
Gabriel Rivera.